Las aves han migrado. Tras un cielo sin tiempo
se revela el jardín que el vacío pobló
con breves matorrales. El amor,
los gritos, las catástrofes, su gloria
no volverán, lo sé. Y poco permanece:
el canto, la plegaria, el sembradío seco
en este erial al margen de la felicidad.
Vivir en la amargura apenas significa
algo, si el corazón solo recoge espigas
secas y el ave calla. ¿Podré hallar
la voz de nueva cuenta confrontando al adiós?
La desventura pone piedras donde hubo espíritu,
enmudece los labios, siega todas las sendas
y embriaga con dolor.
Éramos plenos, vida mía, en la tempestad,
guardábamos el fin del mundo en nuestros pechos,
sembrábamos el cosmos, las noches y los días,
el pájaro trinaba. No estarás solo,
jurabas, no se irán jamás las auroras ni el templo
que erigimos, nuestra patria.
La palabra, comprendo, dura lo que el gemido,
la promesa efímera y el camino se quiebran.
La oscuridad descansa donde el alma
traicionada reside sola y sin ánimo.

